Precisamente siguiendo con la reflexión de la entrada anterior para llegar a averiguar eso mínimo -e importantísimo- que somos, mi amiga Bárbara me contaba que somos más cuanto más creamos, damos y somos útiles a nuestros congéneres y no al revés. Y que esto se hace tanto mejor cuanto mayor sea el vaciamiento interior de todo lo superfluo y nos quedemos en pura posibilidad. Y esta posibilidad elegirá ser comprometida, no “estará sin más” aquí, contemplando. Y no es que no se deba celebrar eso superfluo, sino que reconocemos que no forma parte de nuestra naturaleza, que es un añadido circunstancial y como tal lo festejamos o apartamos, lo que decidamos en cada caso.
En este sentido, me han parecido interesantes algunos aspectos del artículo: Alfredo Pastor. La Vanguardia. Arrimando el hombro. en el que mira a los empresarios, además de en su función económica, en su función social -aunque no ceja en su ramalazo de sospecha y crítica, siempre latente-
¿Dónde hay que arrimar el hombro? En crear empleo en España – más de tres millones de parados de 25 a 44 años-. “No miremos hacia otro lado: si fracasamos en esta tarea, la situación social se hará, y con razón, insoportable“.
Da consejos “Los mayores de 25 años no pueden ser solo estudiantes o aprendices”, y “a corto plazo (…) no hay trabajo a jornada completa para todos”. Requiere a las empresas, que “son las únicas que pueden acabar de formar al trabajador completando las habilidades adquiridas en la escuela y los hábitos (puntualidad, regularidad, responsabilidad, trabajo en equipo) que han de poseer quienes trabajan en una organización“. Y añade: “la desgracia del paro afecta de modo directo a la empresa, porque tiene que ver con su función social”.
En cuanto a la función de la empresa: “Lo que la sociedad pide al empresario, lo que a sus ojos justifica la existencia de la empresa, es que de trabajo: que sea capaz de combinar los factores para crear algo que valga más que la suma de estos; que aplique ese talento, esa ars combinatoria como la llamaban los antiguos, en bien de todos. Los beneficios son la muestra del éxito, y el bien merecido premio del empresario, pero no su razón de ser.”
Es decir, que según Pastor, los empresarios (de empresas privadas, que no de las otras) hemos de tener el talento de la res combinatoria para que sumando 1+1 de más que 2, y además hemos de acabar de formar a la sociedad en su conjunto tanto en habilidades como en hábitos: responsabilidad, puntualidad, trabajo en equipo, regularidad, es decir en una manera de ser. Es verdad. Se le olvida señalar que además hemos de crear bienes y servicios que sean útiles porque ni no se perciben como tales, nadie los comprará y si no hay más ingresos que gastos, no hay supervivencia. Y todo ello soportando leyes mal hechas y cambiantes a capricho del gobernante de turno, que generalmente no entiende en absoluto qué es esto de la actividad empresarial a la que según Pastor tanto se le debe exigir.
Pienso que en algunos casos -y más en esta crisis española que ya supera los 6 años- los empresarios de pymes son héroes sociales. Con mínimos -mínimos en cuanto a recursos, en
cuanto a apoyos, incluidos los familiares, que le culpan de que las cosas hayan cambiado, mínimos en cuanto a su propio ser, que ha dejado en cueros y eso está bien- están soportando la situación y creando nuevas oportunidades allá donde acaso las pueda haber. Eso sí, en el proceso han muerto casi 500.000 empresas, incluyendo autónomos, mientras la banca ha recibido 100.000 millones de euros de todos a cambio de nada, ni siquiera a cambio de refinanciar deuda de las empresas pyme. El pasado año, el Gobierno de España reconoció que 67.000 de esos 100.000 millones de euros a la banca nunca se recuperarán -ya ni existen la mayoría de entidades que los recibieron- y que esta cifra irá subiendo. Se les ha dado a cambio de nada ¡De nada! Pues bien, como decía, el empresario de un país en crisis ha de hacer su ciclópea labor no solo de arrimar el hombro sino de poner los dos hombros en todo momento en entornos hostiles de leyes mal hechas y decisiones dañinas a capricho de los gobernantes de turno -incluidos los de sus propias patronales-, a menudo erradas por falta de comprensión de la realidad y por intereses espurios.
A seguir. A pesar de todo, estamos en mejor situación que las generaciones que nos precedieron sobre las que se cierne el olvido y en cuyos hombros nos sostenemos.