Elegancia viene de elegir bien. Y elegir significa renunciar a muchas cosas para intentar alcanzar un objetivo más valioso.
Y eso el humano lo ha de aprender porque nacemos con multitud de posibilidades, no acabados y determinados como otros animales. La principal labor del ser humano es precisamente construirse a sí mismo
-¿cómo?
-eligiendo.
Pero por no haberlo aprendido de pequeños, o por dejar de practicarlo de mayores, muchos adultos exhiben esa carencia. Observo que incluso profesionales entrenados a elegir continuamente en su ambiente laboral bien estructurado, pueden, simultáneamente, mostrase incapaces de elegir en su vida personal, que discurre en un ambiente mucho màs amplio y laxo, y por tanto más difícil. A estas personas les resulta imposible renunciar a situaciones, hábitos con otras personas, o a cosas, para lograr otras más valiosas, habitando la duda permanente y causando intenso dolor a los afectados por sus indecisiones, incluidos ellos mismos.
Se trata de una incapacidad humana poco reconocida -y a veces solo temporal- pero sumamente dañina, porque el incapaz de elegir, también es incapaz -por lo mismo- de cumplir sus promesas, y la desconfianza que como consecuencia genera, impide construir vínculos humanos profundos.
En una primera lectura pueden parecer personas mentirosas o cobardes, cuando en realidad se trata de personas incapaces. Como los niños pequeños que no han aprendido a aguantar sin comer el caramelo un rato, o a elegir solo uno entre todos, a cambio de una mayor recompensa diferida.
Podríamos decir que no son elegantes porque son incapaces de elegir bien (ni siquiera mal). Mas ésto, como hemos dicho, no puede ser genético; si lo fuera, estas personas no podrían elegir en ninguna circunstancia. Se trata de falta de entrenamiento. Es decir, una incapacidad producida por falta de esfuerzo y de voluntad para coger las riendas de la propia vida. Y esto se aprende haciéndolo, como a correr se aprende corriendo, a estudiar estudiando o a coger solo un caramelo, se aprende cogiendo solo un caramelo. Es decir, ¡a entrenar! ¡y todos!. Unos para conseguir esta capacidad y otros para no perderla. Ojala todo se curara entrenando.