Ulyses volviò, por fin,
a Ìtaca
su patria tierra
a la que no le diò la espalda
ni a cambio de la inmortalidad.
Abrazò a Penèlope junto al tàlamo
mas ella, firme, lo detuvo:
No estoy segura de saber
quièn eres, necesito màs tiempo
para reconocerte.
No es justo, exclamò el Rey,
ha pasado mucho tiempo
y he naufragado en todos los mares
hasta volver a ti, mi Reina.
No te aflijas, Ulyses, el tiempo
recomienza ahora, por fin acabo
de tejer lo que en las noches de insomnio
destejìa contra mis pretendientes.
Dime tù, hombre, ¿què ardid inventastes
para no caer rendido ante la belleza
de Calypso, Reina de todas las ninfas?…
Se hizo un grave silencio.
Ulyses se dejò caer al borde de la cama
dàndole la espalda a Penèlope
sus brazos sobre sus piernas
su cabeza entre las manos
y contestò: en aquella isla
todas las noches hacìamos el amor
y todas las mañanas rompìa a llorar en la playa
pensando en tì.
Cuenta la leyenda que, entonces,
la Reina de Ìtaca se fue desnudando
con el sol de poniente en el balcòn
hasta donde sube la yedra de la Odisea.
Se tumbò en el tàlamo nupcial
y acariciò una vez la espalda de su marido.
Ven, Ulyses, desnùdate
acuèstate junto a mì, abràzame con todo tu cuerpo
no sin antes reconocerme
en la cicatriz que te dejò Troya.-
Julio Quesada. Reconocerse.